En la década de 1960, mientras el mundo miraba al cielo en plena carrera espacial, un joven espeleólogo francés, Michel Siffre, decidió buscar respuestas en las profundidades de la Tierra. En lugar de un cohete, su “nave” fue una cueva, y su misión no era explorar el espacio exterior, sino los misterios del tiempo y cómo este afecta al cuerpo humano.
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Un experimento en la oscuridad total
El primer experimento de Siffre tuvo lugar en 1962, cuando tenía tan solo 23 años. Durante dos meses, Siffre se aisló en una cueva a 130 metros de profundidad en los Alpes franceses. Sin acceso a la luz natural, relojes o cualquier forma de medir el paso del tiempo, su única fuente de iluminación era una lámpara de minero, que utilizaba solo para las tareas más básicas como preparar comida, leer o escribir en su diario.
La meta del experimento era simple: vivir sin saber si era de día o de noche, y sin tener ninguna referencia sobre la hora. La idea era ver cómo su cuerpo y su mente reaccionarían en esas condiciones extremas. “Decidí vivir como un animal, sin reloj, en la oscuridad, sin saber el tiempo”, explicó Siffre en una entrevista en 2008. Para evitar cualquier pista sobre el tiempo exterior, Siffre comunicaba con su equipo en la superficie solo cuando se despertaba, comía o iba a dormir, pero no recibía información alguna de vuelta.
El descubrimiento del “reloj biológico”
Durante el tiempo que pasó en la cueva, Siffre descubrió que el cuerpo humano tiene un “reloj biológico” propio que no se rige estrictamente por el ciclo de 24 horas al que estamos acostumbrados. Sorprendentemente, su propio ciclo de actividad y descanso comenzó a alargarse, extendiéndose hasta casi 48 horas.
Sin la referencia del sol o un reloj, su percepción del tiempo se alteró drásticamente. Uno de los descubrimientos más asombrosos fue cómo su mente ralentizaba el paso del tiempo. En uno de los ejercicios que realizaba diariamente, Siffre contaba mentalmente hasta 120, tratando de hacerlo a un ritmo de un número por segundo. Al final del experimento, su equipo en la superficie descubrió que en lugar de tomar dos minutos, le llevaba cinco contar hasta 120. Este desajuste reveló cómo el aislamiento extremo afecta nuestra percepción del tiempo.
Cuando finalmente emergió de la cueva, después de lo que creía que había sido un mes, Siffre se llevó una gran sorpresa: habían pasado dos meses en el mundo exterior. “Mi tiempo psicológico se había reducido a la mitad”, comentó sobre su experiencia. Este descubrimiento fue un hito en la cronobiología y abrió la puerta a nuevas investigaciones sobre los ritmos biológicos humanos.
Ciclos de 48 horas: Una nueva teoría
El trabajo de Siffre no terminó con ese primer experimento. A lo largo de su carrera, realizó múltiples estudios en cuevas con diferentes sujetos de prueba, tanto hombres como mujeres, quienes permanecían aislados durante largos periodos de tiempo, en algunos casos hasta seis meses. En cada uno de estos experimentos, Siffre observó un patrón recurrente: todos los participantes, incluyéndolo a él mismo en sus posteriores experimentos, tendían a desarrollar un ciclo de actividad de 36 horas seguido de 12 a 14 horas de sueño, es decir, un ciclo de aproximadamente 48 horas.
Este ciclo de 48 horas se convirtió en uno de los principales hallazgos de Siffre. Aunque la mayoría de los humanos siguen un ritmo circadiano de 24 horas, basado en la rotación de la Tierra y el ciclo de luz y oscuridad, en condiciones de aislamiento total, el cuerpo parece ajustar su propio reloj interno a un ciclo más largo.
El interés militar y espacial
Los descubrimientos de Siffre no solo fascinaron a la comunidad científica, sino también a los militares y a la NASA. El ejército francés financió algunos de sus experimentos, interesados en entender cómo los soldados podrían adaptarse a periodos prolongados de vigilia, duplicando su actividad sin necesidad de descansar en las misiones más largas y exigentes.
Además, la agencia espacial estadounidense también mostró gran interés en su trabajo, ya que las misiones espaciales de larga duración representaban un nuevo reto para la ciencia. La NASA, al igual que los militares franceses, estaba ansiosa por entender cómo el cuerpo humano se adapta en ambientes sin ciclos de luz y oscuridad definidos, como en el espacio o en submarinos.
Un experimento de seis meses bajo tierra
Uno de los experimentos más ambiciosos de Siffre se llevó a cabo en 1972, diez años después de su primer aislamiento en una cueva. Esta vez, Siffre pasó seis meses, 205 días en total, en la Cueva de Medianoche, cerca de Del Río, Texas. Este proyecto fue financiado en parte por la NASA y el Ministerio de Defensa francés, quienes estaban particularmente interesados en los efectos del envejecimiento en la percepción del tiempo.
Siffre tenía 33 años cuando inició el experimento y estaba ansioso por descubrir cómo la edad podría influir en su percepción del tiempo. Para su sorpresa, durante este experimento también entró en el ciclo de 48 horas, pero no de manera tan regular como en los estudios previos. Sus periodos de vigilia y sueño eran extremadamente irregulares, con momentos en que dormía tan solo dos horas o hasta 18 horas sin poder distinguir la diferencia. Esto reforzó la idea de que, en ausencia de referencias externas, el reloj interno del cuerpo humano se vuelve altamente impredecible.
Por último, Siffre, fallecido el pasado 25 de agosto a los 85 años, fue pionero en el campo de la cronobiología, la ciencia que estudia los ritmos biológicos, como el sueño, la vigilia y los ciclos circadianos. Su trabajo revolucionó nuestra comprensión de cómo los seres humanos miden el tiempo en ausencia de referencias externas, como la luz solar o los relojes.
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